Resolviendo conflictos familiares
Es
un hecho frecuente que en el ámbito familiar surjan diferencias, y
derivadas de éstas terminen desencadenándose conflictos. Los conflictos
suelen experimentarse de manera muy negativa en aquellos/as que se ven
envueltos en ellos. Sin embargo, la realidad es que éstos suponen una
gran oportunidad para crecer como personas e incluso para reforzar los
lazos afectivos familiares, eso sí, siempre que se solucionen de manera
adecuada.
En nuestro día a día,
intentamos evitar los problemas y la aparición de conflictos. Los
interpretamos como hechos nocivos e indeseados que nos complican la vida
y nos llevan a la experimentación de emociones negativas de diversa
índole.
Un conflicto mal gestionado o
no resuelto, nos lleva a mantener relaciones destructivas con el entorno
en el que se ha desencadenado, de ahí la importancia de saberlos
abordar y resolver.
La convivencia familiar es
complicada y requiere de esfuerzo por parte de todos los miembros de la
familia para comprender las actitudes y acciones del resto. Así como
cada día es diferente, cada etapa del ciclo vital también lo es, pues
éstas se caracterizan por la experimentación de cambios tanto físicos
como psicológicos. Una de las etapas más significativas por esta razón,
suele ser la adolescencia, una fase de cambios constantes.
Con los cambios se va
conformando la personalidad y no están exentos de complicaciones,
complicaciones de las que pueden surgir conflictos.
Los conflictos familiares,
pese a contemplarse como hechos negativos, bien gestionados y resueltos,
pueden repercutir positivamente en todos los miembros de la familia
pues suponen una gran oportunidad para conocerse y mejorar el clima
familiar. Algunas de las estrategias que pueden servir a este fin son
las siguientes:
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Mantener una comunicación asertiva: a la hora de resolver un conflicto, es muy importante mantener la calma, partir siempre del hecho de que es una situación que se debe resolver, no un combate que debemos ganar. Así, deberemos estar abiertos a escuchar a la otra persona o personas que están implicadas en el conflicto y que mantienen puntos de vista diferentes a los nuestros. Por lo tanto, debemos practicar la escucha activa, manifestándole(s) nuestra disposición a entenderle(s) y llegar a un acuerdo.
La escucha es más efectiva en
la medida en que la otra persona vea que realmente estamos
interesados/as en entender su postura. Ayudará para ello, ir haciéndole
preguntas sobre lo que estamos escuchando, así le estaremos mostrando
interés en lo que nos está transmitiendo.
También puede ser de utilidad,
repetirle con nuestras propias palabras y de manera resumida, algunos
de los aspectos que nos vaya diciendo, con la finalidad de asegurarnos y
transmitirle/s que estamos comprendiendo qué nos está expresando y
cómo se siente. De esta manera evitaremos la aparición de malos
entendidos, al ir comprendiendo correctamente todo lo que nos está
queriendo transmitir la persona o personas con la(s) que haya surgido la
desavenencia.
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Emplear el diálogo respetando el turno de palabra y evitando descalificaciones: cuando surge un conflicto, en muchas ocasiones los protagonistas del mismo olvidan el autocontrol y llegan a perder las formas. Cuando esto sucede, los gritos, reproches, salidas de tono y descalificaciones de diversa índole, se convierten en las notas predominantes del momento. De esta manera entramos en un callejón sin salida, pues con esta actitud tiende a desencadenarse una ola de contraataques que complicarán la situación y dificultarán enormemente la resolución del conflicto.
Además, hay veces en que los
conflictos tienden a agravarse o estancarse por problemas de
entendimiento. Esto se debe en innumerables ocasiones a no respetar el
turno de palabra. Hay veces en que una de las partes no deja hablar a la
otra, hecho éste que tiende a eclipsar la importancia de lo que la otra
persona puede llegar a transmitir. Así surge un clima de malestar que
difícilmente desaparecerá de no cambiar este hecho. Por tanto, es
fundamental que ambas partes tengan la oportunidad de expresar sus
opiniones de igual manera.
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Expresar nuestro malestar en primera persona: es decir, hablar de las emociones que experimentamos cuando surgen desavenencias o desacuerdos (enfado, tristeza…); sin responsabilizar de ellas a la otra persona(s) implicada(s) en el conflicto. Por ejemplo, en lugar de emplear expresiones del tipo “eres insoportable”, emplear otras que hablen de cómo nos sentimos ante determinadas actitudes “me siento mal…”. Ésta es una manera de expresar nuestro malestar sin herir a la otra(s) persona(s) y sobre todo una forma de predisponerla a escucharnos y a resolver el conflicto de manera productiva.
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Mantener una perspectiva positiva: al discutir con alguien, bien sea un familiar, un hijo o hija, un hermano o hermana, etc. tienden a surgir pensamientos negativos con respecto a esa persona. Tanto así, que se tiende a ignorar todo lo positivo que hemos podido compartir. Esto es, un sesgo negativo envuelve nuestros pensamientos pareciendo que nos encontráramos ante el peor de los enemigos, algo que empeora la situación incrementando el malestar. En momentos de conflicto es complicado pensar bien de la persona con la que estamos discutiendo. Sin embargo, se debe hacer un esfuerzo para mantener a raya esos pensamientos negativos que tienden a empeorar la situación. Hay que centrarse en solucionar el conflicto en sí, sin sacar a relucir problemas del pasado o actitudes desagradables de otros momentos que no tienen nada que ver con ese.
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Elegir el momento: es complicado saber cuándo va a desencadenarse un conflicto. Sin embargo, el entorno puede influir a la hora de atenuar o agravar el mismo. Por eso, siempre que sea posible, es conveniente tomar distancia para resolver la situación. Técnicas como la del “tiempo fuera”, pueden ayudar a aliviar el malestar y la tensión del momento, dando lugar así a una resolución eficaz y productiva del conflicto.
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Llegar a un acuerdo: es fundamental que una vez se hayan dado a conocer las diferentes opiniones y posturas de ambas partes, se llegue a un acuerdo que ponga fin al conflicto. Es muy importante que éste sea favorecedor para todas las personas implicadas, es decir, se debe alcanzar una solución intermedia que beneficie por igual a unos y otros.
En el núcleo familiar la
comunicación es una constante que se debe mantener y cuidar, y la
aparición de diferencias y conflictos es un hecho natural de la
convivencia entre sus miembros.
Por eso, los conflictos no
deben considerarse barreras u obstáculos que enturbien el ambiente
familiar sino oportunidades para crecer y aprender en familia.
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